Leí lo que
pusiste, aunque seguramente pretendías que no lo hiciera. No me importa, lo leí igual porque me importás y quería saber cómo estabas. Y algo supe, no todo lo
que me gustaría, claro, pero algo es algo. Muero por preguntarte cosas, por
contarte anécdotas, por tantas cosas daría lo que tengo encima.
Y sin embargo
todo sigue igual.
Hace unos días,
salí a cenar con un amigo, ese que siempre me da consejos sin siquiera darse
cuenta, y sabés que me dijo? “La felicidad es como ese calorcito que tenés
cuando apenas salís de tu casa: viste que te abrigás para salir y no tener frío? Bueno, esto es lo mismo: el frío te va a entrar igual, pero podés
abrigarte lo suficiente como para que no te haga mal. No dejes que algo malo que te
pase te arruine el día, no seas extremista, cuidá ese calor, ese cachito de
felicidad que tenés siempre, y no dejes que cualquier cosa te afecte y te haga
mal”. Y fue una analogía terriblemente sencilla, pero a la vez totalmente
cierta. Creo que va a ser una de esas cosas, una de las tantas que me dijo a lo
largo de este año y medio de conocernos, que voy a tomar como pilar para las
cosas de todos los días, esas pequeñas cosas que pienso cuando estoy en
determinadas situaciones y me ayudan a pasar el momento. Y ahora pienso en vos
y necesito pasar el momento, estoy en remera en el medio de una nevada; pero ya voy a encontrar una campera, vos tenés esa campera que tanto busco, y hasta
tanto me las arreglaré con un suéter que también me abrigue. Que el abrigo
básico nunca falte, pero nunca está de más una prenda extra.
Voy a cuidar mi
calor, vale la pena cuidarlo.